Vas sin reina y con caballo. Tic-tac,
o con caballo y sin reina. Es igual.
Y cada paso vamos de la mano.
Tú y yo, luna y sol, y un ocho al cuadrado.
Un paso. Otro paso. Al final el mar,
seamos ríos alegres de llegar.
Otro paso por andar. Si busco te hallo.
A veces somos blancos y otras grises.
La vida y la muerte se entremezclan.
A veces, negros, sin Ítacas ni Ulises.
Pero siempre siento que te tengo cerca.
Así es. Yin-yan, hielo que congela.
Luz y oscuridad, fuego que nos quema.
Recordemos AJEDREZ de gran, gran, gran Borges:
ResponderEliminarI
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?