CAMINOS
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!
En noviembre de 1913
miércoles, 27 de julio de 2011
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"Caminos de los campos...
ResponderEliminar¡Ay, ya, no puedo caminar con ella!"
Es un gigante.
Qué lenta dulzura, qué inmaculada pena, qué tristeza en los ojos que miran y ya no relampaguean. Qué desconsuelo en las venas.
Ni siquiera necesita un final brillante, o demoledor, una metáfora deslumbrante, o palabras que transmitan las voces del luto. Todo el poema lleva a una única palabra: "ella", y en ése sonido lo confirma todo, lo resume, lo acaba. Ésa sonoridad, ése eco presente en todo el poema se perfecciona así. Es magistral, redondo, y terrible. Desde el verso: "yo contemplo la tarde silenciosa,/ a solas con mi sombra y con mi pena" ya predispone a una melancolía íntima y muda, callada y sola. En fin, qué decir, un deleite doloroso, pero un deleite. ¡Gracias!
Se sienten perfectamente el otoño y la nostalgia por su Leonor.
ResponderEliminarEn este caso no hubo otro milagro de la primavera. Y sin ese dolor, Machado hubiera sido otro...